Irvine Welsh, 62 años de historias y punk

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Irvine Welsh

Aunque no recuerda nada de su nacimiento, pues su memoria selectiva no le da para tanto, son muchas las historias que Irvine Welsh guarda en su cabeza. Hoy, para celebrar su cumpleaños número 62, vamos a recordar parte de su vida y obra.

Fue en el distrito portuario de Leith, Edimburgo donde el llanto del pequeño Irvine se escuchó por primera vez el 27 de septiembre de 1958. Cumplidos los cuatro años su familia se mudó al barrio West Pilton y luego a unos apartamentos dúplex en Muirhouse.

Su madre era camarera y su padre trabajaba en el puerto de Leith. Un día el viejo ya cansado y con graves problemas de salud decide dejar de lado el artillero y se dedica a vender alfombras. Cuando Irvine tenía 25 años el hombre que le dio la vida murió.

Pero, devolviéndonos un poco en el tiempo, a los dieciséis años el joven Irvine no vuelve más a sus clases en el Colegio de Secundaria Ainslie Park. Se traslada a Londres, realiza un curso de ingeniería eléctrica en el Instituto de la Ciudad y los Gremios de Londres y se pone manos a la obra (literalmente). Probó suerte en gran cantidad de trabajos que no le gustaban. Mientras tanto, en aquella fría capital se dejó seducir por el movimiento punk emergente de finales de los años 70’s, causando gran impacto tanto en él como en sus libros.

A inicios de los 80’s retorna a la ciudad que lo vio nacer. Obtuvo un master en Administración de Empresas en la Universidad Heriot-Watt y trabajó en el ayuntamiento de Edimburgo en el departamento de vivienda.

La carrera artística de Irvine Welsh

Hasta ahora lo que tenemos entonces es a un hombre llegando a sus treinta con un trabajo importante, responsabilidades, a punto de casarse y preguntándose en qué momento se dio ese cambio.

En Escocia, Irlanda e Inglaterra es normal encontrarte con personas que te cuentan todo tipo de historias con diferentes personajes y contextos. Es como una tradición cultural. Por ello, en la cabeza de Irvine Welsh ya rondaban las ideas de Trainspotting desde hace tiempo. Sin embargo, no fue una influencia literaria lo que lo llevaría a contar la que hasta ahora es la historia más importante de su vida. A pesar de que desde pequeño se le dieron bien todo tipo de artes, su primer chapuzón en la piscina fue con la música. Quería tocar la guitarra o el bajo, y escribir canciones que contaran una historia. Como referentes tiene a Iggy Pop, Nick Cave, Lou Reed. Sus primeras letras eran casi baladas pero, según él, era pésimo tocando instrumentos y por eso lo sacaban de todas las bandas rápidamente.

¿Este sería el final del artista underground? Pues no. Optó por centrarse en esas historias y no tanto en la música, organizando sus ideas y publicando así Trainspotting en 1993. Decía que era su última oportunidad de hacer algo creativo.

Más allá de las drogas en Trainspotting

Quizá quienes están familiarizados con la historia, ya sea por la película o el libro, se han preguntado si el personaje de Mark Renton es una representación de Irvine y su entorno. Y en muchos aspectos sí, así es. Su primera droga: el pegamento, debido a la construcción de pequeños modelos de aviones. Pero no es hasta la adolescencia que se adentra en el mundo de los psicoactivos con el sulfato de anfetamina en las noches de soul y disco.

Todo se reduce a una crisis social. La mano dura de Margaret Tatcher como Primer Ministro del Reino Unido, el cierre de los artilleros, manifestaciones de sindicatos de trabajadores, la falta de empleo y la pérdida de muchos beneficios que antes proporcionaba el Estado generan un cambio drástico en la vida de muchos escoceses. Para Irvine la droga no es el enemigo en sí, no se consume para festejar. En realidad, es una máscara tras la cual se esconde el dolor de una existencia sin sentido.

“Eso dice mucho de una sociedad, y no queremos enfrentarlo”

Precisamente, esa esencia es lo que hizo que su primera novela fuera tan explosiva. Contaba una historia con personajes que encontramos en todas partes en situaciones que eran comunes en la cultura que lo rodeaba. Llegó al corazón de muchos otros que estaban a kilómetros de distancia porque representa una transición. La entrada abrupta de un capitalismo abrumador que traía más máquinas pero, a su vez, más horas de trabajo mal pagadas tuvo como consecuencia ese aumento en el consumo de drogas que te permiten escapar de la realidad. Pero sin importar el lenguaje tan particular, ese inglés escocés a veces incomprensible, o la generación en la que hayamos crecido, muchos nos sentimos identificados.

La influencia del género Acid House lo llevo a escribir la novela con un ritmo que fuera pegajoso para que la gente entrara en cadencia con la historia. De un modo discreto nos hace caer en cuenta de nuestra constante búsqueda de respuestas a preguntas existenciales ¿Quiénes somos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Somos felices?

No obstante, no estamos solos en medio de ese vórtice hostil y desalentador. La amistad se presenta como un factor fundamental en la novela, aunque sea cíclico. Cuando creces en una ‘caja’ de apartamentos donde viven toda la vida las mismas personas, formas vínculos que traspasan la adolescencia, el nuevo puesto de trabajo y hasta el matrimonio. Conservar esas amistades es muchas veces conservar recuerdos valiosos.

Danny Boyle, Ewan McGregor e Irvine Welsh en el set de Trainspotting – 1996

Otras de sus obras

Después de Trainspotting escribió:

Novelas

  • Marabou Stork Nightmares (1995)
  • Filth (1998)
  • Glue (2001)
  • Porno (2002)
  • The Bedroom Secrets of the Master Chefs (2006)
  • Crime (2008)
  • Skagboys (2012)
  • The Sex Lives of Siamese Twins (2014)
  • A Decent Ride (2015)
  • The Blade Artist (2016)
  • Dead Men’s Trousers (2018)

Relatos cortos

  • The Acid House (1994)
  • Ecstasy: Three Tales of Chemical Romance (1996)
  • If You Liked School You’ll Love Work (2007)
  • Reheated Cabbage (2009)

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